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domingo, 1 de enero de 2012

A PROPÓSITO DEL 2012


Propósitos para el año que viene:

Vivo demasiado recluida. Al menos este último año, me dejo ver poco. ¿Por qué? Por varias razones, todas ellas insuficientes. Así que para no acabar como Patricia Highsmith, prometo ser más social en el 2012.

Otro de mis propósitos es cortar mi estrecha relación de con el Junk Food.

Propósito nº3: escribir más. He dejado de lado las letras porque padezco el síndrome del folio en blanco. Superaré esta fase y volveré a incordiar con mis escritos.

Nº 4: Retomar la fotografía documental. Desde Marruecos no he vuelto a jugarme el tipo por sacar una foto ( allí intentaron atropellarme por estar con mi cámara donde no debía)
y en Bangkok me persiguieron, me dieron caza y me redujeron para quitarme los carretes, fue genial. Ah!! Y aquí, en Cataluña, me amenazaron con pegarme un tiro si seguía haciendo fotos...

Esto me lleva al propósito nº 5: Hacer algo artísticamente brutal aunque hacerlo que deje sin dientes...

Propósito nº6: Hacer algo de deporte: Había dejado esta idea para cuando empezara a ponerme indeseablemente gorda. Pero lo adelantaré por lo del culto al cuerpo y mi ruptura con el junk food.

Propósito nº 7: En el 2011 no he hecho nada que no me apeteciera, realmente nada. He vivido como he querido y no he desperdiciado ni un segundo de mi vida haciendo algo que no quería hacer. El 2012 seguirá siendo igual en este sentido porque es mi derecho y mi deber hacer lo que me de la real gana con mis años, mis horas y mis minutos, para eso son míos!!

Proposito nº 8: Ser menos mordaz, menos impulsiva, menos impertinente y menos sensible. aunque sinceramente, no creo que lo consiga...creo que me gusta demasiado.......

Un abrazo a todos y FELIZ 2012!!!!

Silvia Serra

sábado, 16 de abril de 2011

BIG MY SECRET



Era pronto por la mañana pero ya brillaba el sol. Yo iba en la parte trasera del Volvo familiar. Mi mirada se perdía con el paisaje. Nos dirigíamos a un pueblecito llamado Enkhuizen, a visitar a la anciana y encantadora señora Gretchen, la mujer con las orejas más grandes del mundo. Los auriculares apenas se separaban de mis oídos por los albores de mi post-adolescencia, y la banda sonora de la película The Piano, que ya me dejara clavada en la butaca del cine, me sumía ahora en un dulce letargo. Aunque los baches del camino, la brisa que colaba las fragancias del bosque por la ventanilla entreabierta me impidieron dormir, erré los ojos. Las notas del piano pronto se transformaron en palabras. ¿ Cómo definir aquel suceso? Aun hoy, doce años después, no puedo explicarlo. La melodía era Big My Secret y me habló, y yo escuché. ¿ Qué me dijo aquella dulce y melódica voz? Nunca he podido recordarlo, pero si cierro los ojos y me concentro puedo acercarme al lugar al que aquellas palabras me llevaron y mesaron mis cabellos transportándome a un estado de paz y felicidad absoluta.
Abrí los ojos. Miré a Thijs que a su vez me miraba fijamente, Steiny también me observaba atónita desde el asiento del copiloto, y Wout, por el espejo retrovisor posaba su mirada en mi sin pestañear. Había estado hablando durante mis ensoñaciones. ‘No os lo vais a creer’ Dije sonriendo y aun embriagada por las palabras que sin dejar se ser notas habían traspasado la barrera de lo comprensible ‘ La música me ha hablado, ha sido maravilloso’
Les hice escuchar la melodía, pero uno por uno solo escucharon el sonido del piano. Nada más. Yo misma he vuelto a escuchar Big My Secret en incontables ocasiones después de aquel suceso, y siempre he encontrado al piano esperándome, sólo. Pero algunas veces me ha parecido que aquellas maravillosas palabras que un día me hablaron venían de nuevo a mi encuentro y me llevaban a aquel lugar desde el cual veo un mundo que... no, no me atrevo a hablar de él. Miento. No sé cómo hablar de él.

Vivir algo que no puede ser explicado te hace sentir impotente hasta que las lágrimas se abren paso para narrar así otra emoción, una que sustituya a lo inexplicable, algo más cercano, más mundano y tangible. Pero por otro lado, tras años haciéndome la misma pregunta he llegado a la conclusión de que hay cosas que no desean ser explicadas, que por el contrario desean existir por y para uno, nadie más puede sentirlas. Crecen en nuestro recuerdo pero sin concedernos plenos derechos sobre ellas. Sólo puedo decir que se que hay un lugar, más o menos cerca de todos nosotros, en el que las palabras no pueden ser repetidas, ni siquiera escuchadas, sólo sentidas.

Llegamos al pueblecito y las alegres casas de cuento nos saludaron, Gretchen nos recibió sonriente. El mar mecía en calma a los barcos anclados en el puerto donde acaba un país, el sol brillaba y las gaviotas revoloteaban, el aroma de las flores bañaba todo a su paso de la mano de una suave brisa estival, y las notas del piano cobraban vida en un lienzo de incomparable belleza.

Sí, es posible que aquellas miradas tuvieran razón, es muy posible que la locura se apoderara de mi aquel día y muchos más antes, y muchos más después. De ser así, oh, de ser así quiero estar loca, lo deseo. Loca de atar. ¡Qué maravilloso estado el de la locura! ¡Vuelve a mi y llévame contigo! ¿Por qué? Porque si me dejo llevar por la cordura lo único que veo es una taquilla, la taquilla de un cine, de un teatro o de un museo y dentro hay una joven de rostro inexpresivo, yermo y gris. ‘ Aceptamos efectivo y tarjeta de crédito’. la voz me habla, metálica y fría desde la taquilla. Yo respondo confusa ‘No, sólo necesito un poco de aire señorita, sólo un poco para vivir’.
La muchacha me regala la más gélida de las sonrisas: ‘Lo sé. También aceptamos cheques’.

sábado, 12 de marzo de 2011

Esta noche, sólo yo


Oigo el tintineo de las copas: alguien brinda por algo. Personas que tienen algo que celebrar. Estoy aquí dentro, en mi galería. He comido un plato precocinado de aspecto dudoso. Tengo un encargo que entregar mañana y no puedo pintar. No debería coger encargos que no me gustan. Es como tener sexo sin ganas, a menudo contraproducente.
Me levanto y camino descalza por mis pequeños dominios. Tengo frío. Hoy no quiero volver a casa. En breve será media noche y mañana me espera un día duro.
Oigo risas. Mañana por la noche yo también brindaré en ese mismo restaurante. Un suculento aunque algo escaso plato de la mejor cocina ahumará mi rostro sonriente. ¿Por qué sonreiré mañana? He decidido no pensar en el mañana, me centro en el ahora. Ni siquiera en el hoy, sólo el ahora. Es mejor así.
Las gentes caminan presurosas, los imagino engalanados para esta noche. Veo tras los infranqueables muros de mi galería. Huelo sus perfumes. El chocar de sus pulseras. Un teléfono suena a lo lejos. Nadie atiende.
Llevo un mes sin tomar una sola fotografía y ya noto la boca seca, el pulso acelerado. Me recuerdo a mi misma encerrada en la habitación de mi Riad...incapaz de volver a coger mis cámaras. Nada era ya real, todo era una fotografía. Cerré todas las ventanas, él sol de la mañana me recordaba que era un momento propicio para empezar a disparar. Me quedé a oscuras, me metí en mi estrecha cama y dormí. Soñé con las personas a las que había fotografiado, centenares, gentes en los campos, en el desierto, en pueblos y ciudades, gentes gentes y más gentes. Dormí hasta bien entrada la noche. A la hora de cenar fui a visitar a una familia que había conocido unos días antes. Me dieron de comer y la familia se reunió al completo conmigo, querían hablar de mis fotografías. Deseé irme, era demasiado para alguien como yo en aquellos días. Me llenaban la boca y me regalaban los oídos. Una de las hijas fue a su habitación y regresó con una carpeta, y con un gesto ceremonioso, me la entregó. Todos enmudecieron. Abrí la carpeta. Dibujos. Los miré con atención. Disfruté un rato del silencio. Intenté contar cuántos ojos habían posados en mi. Centré mi atención todo lo que pude en los trazos que se mostraban ante mi. El estilo era manga, los dibujos hablaban de adolescentes entrelazados en abrazos infinitos. Largas e imposibles cabelleras acariciaban el aire. Lágrimas de desamor. Al final de la carpeta habían dibujadas una especies de cacas con ojos. En serio, una de esas boñigas de Manga. Aguanté la risa. Levanté la vista solemne. Todos contenían la respiración... entonces la madre habló: “ nunca le ha enseñado esa carpeta a nadie” Comentario que el resto de la familia se apresuró a secundar con sendos movimientos de cabeza. “ claro señores, aquí hay peña desnuda y ustedes no enseñan ni el pelo”
Una frase estupida de las mías, y esa muchacha no volvería a coger un lápiz. ¿ quién era yo para hacer una cosa así? Soy alguien que no se otorgó tal derecho.

Espero que siga haciendo lo que más le gusta. Aunque lo haga sólo para ella misma. Espero que su país le deje algún día expresar a la personita maravillosa que llevaba dentro.

Me voy a casa.

Silvia Serra

miércoles, 23 de febrero de 2011

NOTA ANONIMA


Erase una vez yo. Estoy sentada en mi galería. Miro hacia la calle. Me da igual quien seas o como seas, pero me encuentro una y otra vez mirando de reojo a ver si te reconozco. Tengo tu nota anónima, aquí a mi lado. Releo la frase una y otra vez. Sonrío. Te veo introduciendo la nota por el buzón de la puerta de la galería. Soltando aquí tu pensamiento. Es bonito saber que alguien, quien sea, piensa eso de uno. Gracias. Aunque he dicho que no importa quien seas, he de ser honesta conmigo misma, el tipo que acaba de pasar con un tic el los ojos y un bolso rosa chicle, no me ha hecho mucha gracia. Por favor no seas él. Y puestos a pedir, tampoco seas ese hombre tan alto que ha pasado antes con el pelo sucio y la forma de la almohada incrustada al cráneo. Y ese que ha soltado un escupitajo de flema, tampoco seas ese, y qué me dices de no ser el tipejo de la obra de aquí al lado, un polaco que se toquetea por la calle...no seas ninguno de esos... Aunque sí podrías ser el guapísimo que ha entrado con un helado para preguntarme por el maldito Museo Picasso.

Bien, querido desconocido de pelo limpio, sin escupitajo ni bolso rosa chicle y que no se toquetea por las calles...gracias por tu bonita frase, necesitaba saber que cosas así aun pueden suceder.

P.D. Alfonso y Rubén, como esta haya sido una bromita vuestra os haré un pastel de flema Gran Reserva que os vais a enterar!!!

martes, 28 de diciembre de 2010

POR UNA CABEZA



Hoy cuando he salido de casa una gran nube se cernía sobre mi cabeza, negra y desafiante como un cuervo. Tenía los ojos hinchados y algo de ojeras pues he pasado una mala noche. En La Rambla me he encontrado con mi abuela a la que finalmente le han puesto una dentadura nueva. Al verla sonreír a lo Joan Collins con esos dientes tan perfectos como inadecuados me he encontrado echando de menos aquellas viejas y desgastadas piezas que tan familiares me resultaban.
Me he metido en el metro. He estado apunto de sentarme en un asiento untado de nocilla. Sí sí, como lo oyen. Alguien se había tomado el tiempo y la molestia de cometer este acto de vandalismo estúpido que les relato. Quiero pensar que la fresca mancha no era más que crema de cacao, Nutella o sucedáneo y así es como se la describo a ustedes. Finalmente he dirigido mis pasos hacia el vagón contiguo por encontrarse este más vacío. Me he sumergido en la lectura de La Dama de Blanco de Wilkie Collins pero pronto me he visto interrumpida por un tufillo para el cual no tengo descripción. Bueno esto no es del todo cierto, intentaré hacer uso de la escasa ración de sutileza que el día de hoy me otorga. Si la mancha de la que les he hablado antes, no hubiera sido crema de cacao ni ningún derivado de la misma, si se hubiese tratado de otra...cosa... pues esa cosa hubiera olido como el implacable y aun desconocido tufillo.
Horrorizada, y muy a mi pesar puesto que tenía los ojos hinchados, y por ello pocas ganas de mostrarlos, he levantado la cabeza dirigiendo mi inflamada mirada al pasajero sentado junto a mí. Era un hombre de rasgos asiáticos y oronda figura, es decir: Un chino gordo. El pasajero bostezaba de forma espasmódica, acortando significativamente las vidas de los que nos encontrábamos a menos de un metro de él.
Al otro lado un hombre hablaba por teléfono, con voz estridente, y comentaba algo de suma importancia que alguien había colgado en no sé que muro de Facebook y no sé quién había etiquetado a no sé quien más en no sé que foto. Él, por distancia, también vería su vida acortada debido al ejercito de bacterias que el chino soltaba en cada uno de sus implacables bostezos. Un par de chicos se subieron al vagón, iban vestidos de negro de los pies a la cabeza y recubiertos de imperdibles, piercings y otros abalorios. Uno de ellos tenía el rostro tapado de un modo casi total por una capucha del mismo color que el resto de la indumentaria, y desde dentro de aquella oscuridad el joven me miró, yo le miré y adiviné unos rasgos faciales con una fuerza insólita. Nariz recta y bien perfilada, labios gruesos aunque con un rictus triste y gris, sus ojos inmensos se apartaron de mi y pronto todo él volvió a la guarida oscura y segura que su holgada capucha le ofrecía. Mi atención se vio de nuevo desviada. Un violín sonaba no muy lejos, un muchacho tocaba “Por Una Cabeza”. Desafinó alguna nota pero aun así el contraste entre el mundo tangible y flatulento que se presentaba ante mi y las delicadas notas que suavemente empezaron a fluir por él, resultó cautivador. Me centré en la música, sensual e imponente. Miré alrededor, el hombre cuya vida parecía girar en torno a Facebook, se vio claramente molesto ante aquella intromisión. El chino orondo se había dormido y yo me pregunté: ¿Uno bosteza cuando duerme?. Los jóvenes oscuros hablaban ahora entre ellos. El muchacho tocaba su violín con esa conexión íntima que el músico tiene con su instrumento y me envolvía en sus notas que resultaban maravillosas y llenas de sentimiento. “Por Una Cabeza” debe ser tocada así, aunque sea bajo la mortecina y macilenta luz del metro.
Apenada vi que nadie prestaba atención. ¿ En que podían estar pensando esas sombras grises que fuera tan importante? ¿ Qué crueles pensamientos pueden prohibirnos escuchar la música? Pero chico acabó de tocar y monedas nuevas, de aquí y de allá, tintinearon en su monedero, quise sonreír, y creo que lo hice. El tufillo había vuelto, el chino gordo se había despertado y un despertar no es despertar sin unos cuantos bostezos. Llegué a mi destino.
Esperando a que las puertas se abrieran en mi parada, vi mi rostro maltrecho reflejado en el cristal de las mismas. ‘Vaya’, pensé, ‘así es como seré dentro de diez años’. Antes de bajarme también quise pisar al tipo del teléfono, que estaba visiblemente feliz porque de nuevo la única voz que se escuchaba en el vagón era la suya propia. Pensé machacarle un juanete para que pudiera sacarle luego una foto y colgarla en el avatar de su Facebook.

Silvia Serra

martes, 14 de diciembre de 2010

LA CARTA


Mi querido amante perdido,

¿Cuántos años han pasado? Muchos mi querido, pero aun conservo un recuerdo muy vivo de aquellos días, de aquellos meses a tu lado. Recuerdo la manta de retales en la que yacíamos desnudos, despreocupados, felices reíamos sin que nada importara más que nosotros. Nuestros dedos se entrelazaban, y sudando las temblorosas yemas se unían como nosotros lo hiciéramos minutos antes. Guardo todos tus besos. Tus labios se perdían en mi cuello. Yo cerraba los ojos y sentía tu respiración pausada. Tu boca buscaba su camino con la habilidad de quien ya lo ha recorrido antes.
Un día tuviste una idea, llenarías con tus besos mi cuerpo. Ni un milímetro quedaría libre de tu conquista. Qué maravilloso regalo me hiciste sin saberlo. La luz entraba a raudales por la ventana, de fondo sonaba Sarah Vaughan y su April in Paris. Mi querido amante.
Han pasado cincuenta años ya. Soy una anciana, una anciana que te recuerda y aun siente tu cálido abrazo y el dulce aliento de tu voz.
¿Cómo acabé detrás del sofá? No logro recordarlo. Sé que allí, detrás de aquel pequeño sofá, tumbada en el suelo y arropada por el remolino de mantas, te esperaba. Tu apareciste frente a mi con el desayuno, me miraste sobrecogido, dejaste la bandeja en la también diminuta mesa y viniste a mi lado. Me estrechaste entre tus brazos y te vi llorar. Nunca me habías amado tanto, dijiste. Querías conservar aquel momento para siempre, congelar el mundo hasta que tu corazón explotara. Yo reí un con una mano alboroté tus cabellos lacios. Sentí miedo en mis adentros. Tus palabras, tu mirada. Escuché tu corazón latiendo desbocado. ¿Por qué no detuve el tiempo contigo? Ahora estaríamos tras aquel sofá tu y yo, tu dedo acariciaría mi mejilla y mis labios recogerían tus lágrimas.

La marca del hombro. A menudo me han preguntado por ella. Siempre inventé una historia nueva. Me mordiste suavemente pero yo quise que apretaras. Insistí hasta que noté que algo se rompía. Un dulce dolor inundó mi cuerpo y un hilo de sangre me recorrió la espalda. Rojo, espeso, libre.

¿ Qué pasó entre nosotros? Te fuiste. Marchaste a la guerra. Al poco llegaron las nuevas. Te mataron. Me mataron. Morimos. Y tu aliento en mi cuello murió para siempre. Muchos vinieron después de ti, te busqué desesperadamente, en otros cuerpos, en otros ojos. Quise regresar a tus caricias pero no las volví a encontrar. Y de mí sólo quedó una cáscara, dura, rugosa y fría.

Me casé. Nunca tuve hijos. Sólo ahora que me he quedado sola me siento libre para volver. ¡Qué vieja soy ahora y qué poco me queda ya! En mis últimas horas permite que esta anciana recuerde sus días a tu lado. Sin duda los más dulces de su larga vida. Tus manos tomaban mis tobillos con fuerza y me arrastraban por la moqueta. Un día te conté que siendo niña había visto a dos hermanos jugar arrastrándose por el suelo de aquella manera, y me había parecido muy divertido. Yo cerraba los ojos y sentía el cuerpo flotar. Olvidaba cada rincón de mi ser y simplemente me dejaba llevar por ti. El suelo se deslizaba silencioso y obediente bajo mi cuerpo. Sólo escuchaba tu risa.

Te recuerdo entre mis piernas. Tus manos ceremoniosas recorrían mis muslos y una descarga sacudía mi espalda. La primera vez que introdujiste los dedos de mis pies en tu boca, simplemente pensé que eras un completo cochino. Perdóname, pero no estaba preparada para lo que estaba a punto de sentir. Aun lo siento ahora. Aquella fue la primera de una larga lista, una lista de cosas prohibidas de las que nos alimentábamos sin quedar nunca saciados. Nos ruborizábamos al ver el brillo en nuestros ojos. Recuerdo el calor, nuestras labios siempre húmedos. Siento los mareos que casi me hacían desvanecer. Noto mi visión borrosa, escucho la lámpara caer fustigada contra el suelo. Nuestras respiraciones ingenuas y alocadas. Cierro los ojos y lo siento todo. Te siento.
Nunca me he permitido hablar de ti y a cambio me he pasado la vida echándote de menos. Una vida sin y y en la que he sido completamente tuya.
¿Por qué moriste? Entiendo por qué morí yo, pero ¿por qué moriste tu?. No estabas echo para la guerra. ¿Tuviste miedo? ¿Pensaste en mi?
Ahora la muerte acecha a este pobre saco de huesos viejos, y ella es sin duda, mi única esperanza. Me despido de lo poco que dejo aquí y de lo es importante para mi. Le digo a este mundo que me voy contigo.¡Qué cosas! Tantos años sin ti y ahora no puedo esperar ni un segundo más.

¡Quiéreme cuando llegue! Quiéreme más ahora que sabes que no seguí sin ti, que morí contigo porque nunca más volví a sentirme viva!

Tuya siempre,

T.

jueves, 21 de octubre de 2010

THE BESTSELLER


A Ángel, quien puso a prueba nuestra amistad regalándome un Bestseller.

Verme enfrascada en ese tipo de lectura era algo tan inverosímil, que aun hoy me enfurezco con sólo pensarlo. ¿Cómo caí en sus redes? ¿ Cómo me siento tras la experiencia? Pues intentaré describirlo del modo más gráfico que sé. Imagine ser la novia de un príncipe, la mujer de un noble, la amante del mismísimo Elvis. Después de dichas experiencias, ¿posaríamos nuestra mirada en el ascensorista, o en el cajero del supermercado? Si supiéramos que en la azotea nos está esperando Niccolo Ferrante* ¿perderíamos el tiempo con el botones del edificio, o con el aparcacoches? No lo creo. Bueno, no lo creía hasta ahora.

Hace unos días acabé de leer La Perla, de John Steinbeck. Eran pasadas la media noche. Miré a mi alrededor. Siempre lo hago cuando termino un libro. Me quedo ahí quieta, analizando de nuevo el mundo material, aun estupefacta porque al pequeño Coyotito le hubieran abierto la cabeza de un disparo esos rastreadores a los que visualizo con cara de hiena, compruebo que todo está en su sitio. Vuelvo a la realidad. A menudo me escuecen los ojos cuando despierto de mi letargo. Me los froto. Esa noche no tenía sueño. La casa estaba quieta, ni los muebles se desperezaban, ni siquiera mis sonoros vecinos chinos de arriba hacían ruido. Paseé la mirada por la estantería de mi habitación. Me daba pereza levantarme así que tendría que conformarme con escoger algo de entre los libros que allí habían. Thomas Mann, Auster, Hawthorne, Goethe, Bukowski, Grass, Homero, Thoreau, las Brönte, Kawabata y Faulkner entre otros muchos. Saqué uno de entre tantos, lo hice mecánicamente. Sin motivo aparente. Miré su tapa. Habían unas letras ostentosas y doradas en la parte inferior derecha de la portada. Rezaban: Bestseller!! No conocía a la autora. Nunca había escuchado su nombre. Es en ese mismo instante cuando me ví a mi misma, sólo que a cámara lenta. En mi visión me estaba riendo, me reía de mis amigos que leen Bestsellers. Me he reído mucho de ellos a lo largo de mi vida. Me ví reír a carcajadas, sonreír con malicia, con saña. Reír con la boca llena, reír con los labios pintados. Raía mientras fumaba, mientras bebía y me salía el líquido por la nariz. Me reía de los amantes de Bestsellers del mundo. Les despreciaba por creer que compran literatura. Me creía mejor que ellos.
Soplé. Del libro salió una pequeña nube de polvo que me hizo estornudar. No lo entiendo, limpié la estantería hace sólo tres semanas. Volví a mi lado de la cama que aun estaba caliente. Abrí el libro. La forma de escribir se me antojó un poco simple, la manera en la que la autora se repetía en los detalles cada tres páginas me llevó a pensar que hasta la propia escritora destinaba su obra a seres obtusos. Visualicé a esos seres, hombros caídos, mirada perdida y un hilo de baba colgando y bocata de chopet en la mano. No sé por qué, pero los imaginé así. Leí cuarenta páginas, y en cada una me dije que esa sería la última. Pero luego hubo otra y otra y yo seguí leyendo. Cerré el Bestseller. Apagué la luz. Me escurrí bajo las sábanas. Me estremecía ante la idea de que puediera gustarme un bestseller. A ver, si tuviera que escoger entre convertirme en un Zombie o convertirme en una Fan de esos librejos escogería... ser un Zombie. Vale, comer carne humana o devorar bestsellers. Carne humana. Y con esos profundos pensamientos me dormí aquella noche. Soñé. El Bestseller se apoderó de mis sueños, y para colmo estos fueron plácidos. Por la mañana me levanté radiante. Si la vida fuera un musical yo hubiera sido Barbra Streisand en Hello, Dolly!.
Me quedé sola en casa por la mañana en casa. Pasé la mañana enfrascada en tan superflua lectura. Desayuné en la cama, con la mano adherida al libro. Como la pinza de un cangrejo que ha capturado una sabrosa presa y se resiste a soltarla. Llegó la hora de ir a trabajar. Odié el tramo de dos minutos a pié que hay entre mi casa y el metro. Nunca he podido leer andando, debido a mi falta de motricidad ya me resulta suficientemente difícil caminar sin más. Llegué al andén. Abrí el libro. El metro llegó en seguida. Dejé de leer con fastidio. Al entrar al vagón hice algo muy poco propio de mí, luego de que mis ojos se abrieran cual lechuza y mis colmillos se alargaran como los de un depredador, busqué desesperada un asiento en el que poder aposentarme tranquilamente y seguir leyendo aquel maldito libro para inútiles. En los transportes públicos la gente muestra verdadero interés por conocer el título de la obra que un lee. No sólo no me avergüenzo de mis gustos literarios si no que me enorgullezco de ellos. Pero esta vez era diferente. Tapé avergonzada el título del libro. Recordé a mi amigo Trevor en aquella fiesta en la que se presentó con un ligue barato y avergonzado la escondió dejándola sola en la barra toda la noche. Nunca entendí aquello. ¿Por qué salía con chicas de las que se avergonzaba? Bien, aquel día en el metro yo fui Trevor y el bestseller era mi ligue barato. La táctica consistía en poner el libro entre el bolso y mi cuerpo. De este modo nadie podría leer el título ni su contenido. Me pasé de parada.
Los dos días que siguieron hice cosas inimaginables, no grandes locuras pero sí pequeños gestos hasta ahora ajenos a mi personalidad. Entraba en el metro sin dejar salir antes, e incluso propinaba algún que otro codazo a quien se interponía en mi camino. Ni una anciana ni ninguna mujerona con juanetes me quitaría un asiento si yo podía evitarlo. Entiéndanlo, leer de pié no es lo mismo. Empecé a proteger mi bolso, en el llevo mi MacBook, mi monedero, mi teléfono, pero lo que yo protegía ahora era mi libro. Aquel libro era a la literatura lo que la mortadela a las carnes curadas, pero el caso es que yo me dormía pensando en la historia que en él se narraba. Me duchaba y pensaba en sus protagonistas, comía rememorando la trama. La verdadera vida no empezaba hasta que abría el libro y me adentraba en él. Lo lamento por las personas que viven conmigo, pero ni me percaté de su existencia esos días. Al llegar a casa podría haberme encontrado Latoya Jackson y Ramoncín en el lugar de mi hijo y mi novio y no hubiera notado nada extraño.

Cada vez quedaban menos páginas y mi temor se acrecentaba, Empecé a leer despacio. Espaciaba las horas de lecturas haciendo de la abstinencia algo insoportable. Inevitablemente el día llegó. Era de noche, todos dormían. pasadas las tres de la mañana. Terminé el libro al mismo tiempo que un gran vacío se apoderó de mí. La tristeza fue tan intensa y punzante que quise llorar. Sin pensarlo dos veces salté de la cama. Encendí las luces del comedor, Busqué entre los libros, Jane Austen, D,H. Lawrence, Flaubert. ¡ya los había leído! Los libros que despertaban mi atención eran aquellos que ya conocía. Fui al estudio, repasé los libros que hay allí... nada. Volví al comedor al tiempo que el agujero negro y vacío se hacía más grande. Me sentía desesperada, algo en mi me decía que debía esperar un par de días antes de embarcarme de nuevo. Pero no hice caso.
Subestimé al cajero de supermercado y ahora me cuesta olvidarle a pesar de que ahora paseo con un Niccolo Ferrante. He vuelto a ceder mi sitio en el metro pero a esas señoronas juanetudas del metro decirles que ni todos los asientos el mundo les van a quitar el semblante avinagrado que arrastran.

* Niccolo Ferrante: Personaje interpretado por Cary Grant en la película An Affair to Remember. Que nadie se imagine a un chulazo Italiano engominado, con diadema y pantalones blancos esperándome en la cima del Empire State. ¡Faltaría más!